Torba
paseaba por la plaza del pueblo, absorta en sus pensamientos sobre
posibles futuros jerseys que regalar a alguno de sus nueve hijos o a
cualquiera de sus veintisiete nietos, ya que no tenía nada más en lo que
pensar. Era una mujer de 81 años que se ha pasado toda su vida sin
salir de su pueblo, Alanís, y sin otras preocupaciones que preparar
bizcochos y tartas, hacer jerseys, visitar a sus hijos...
No tenía
mucho en lo que pensar. Ni siquiera repasaba su vida para contarla
al resto de ancianos del pueblo, ya que su vida había sido siempre
muy monótona: fregonas y ovillos ocupaban su mente las 24 horas del
día, de las cuales diez las pasaba trabajando en su casa, cinco cuidando a
alguno de sus nietos y el resto durmiendo. Hoy era uno de esos
escasísimos días en los que tenía un espacio libre para poder
pasear, recorriendo el pueblo en busca del grupo de ancianas del lugar, o simplemente por pasear.
En
esto que estaba, tan pensativa que, sin darse cuenta, no solo llegó
al límite de su pueblo, sino que siguió hacia delante, caminando,
sin notar cansancio alguno, llegando así a un pozo. Un pozo con apariencia no más allá de la de un pozo corriente, como el que tantas
veces había visto en su pueblo y en el campo cuando iba de pequeña
con sus padres. Lo único que diferenciaba el pozo con el que se
había encontrado y los pozos corrientes era que este se llamaba:
''Pozo para Torba''. Esto fue lo que desconcertó a Torba e hizo que
ese pozo fuese suyo. La ahora anciana normal, miró hacia abajo y se
percató de que el agua del ''Pozo para Torba'' no era transparente,
como cabría esperar del agua de un pozo medianamente corriente, sino
que era verde agua, además de muy tentadora.
Torba,
sin querer ni poder evitarlo, arrojó el cubo que colgaba de la
cuerda, ambos totalmente corrientes, y subió el agua de ese color
turquesa tan apetecible, pensando después que a lo mejor su suerte
se tornaría mala si tomaba de ese agua, que bien podría estar
envenenada.
Se sentó en el borde de el pozo, que dejó de ser normal
para ser el doble de resbaladizo de lo esperado, cayéndose Torba al
fondo del pozo, que resultó no ser hondo, sino casi inexistente, ya
que la anciana, toda su vida trabajadora, ahora no era anciana,
gracias al agua. Ahora era una jovenzuela, al menos de interior; su
apariencia era exacta a la de antes, a excepción, de sus ojos: antes
marrones, ahora de un turquesa vivo. Además, no se encontraba en las
afueras de Alanís, sino en lo más hondo del Olimpo, el reino de los
dioses de Grecia.
Y
era un diosa, la más trabajadora de todas: en realidad ella siempre
había sido una anciana diosa de ojos turquesa, pero al violar las
reglas del Olimpo, desobedeciendo a Zeus, fue castigada sin su
condición de diosa, siendo lanzada a la Tierra, olvidándolo todo y
absorbiendo los poderes, que se concentraban en sus ojos, por su
potente color y su poder de hipnotizar. Por eso Torba, cuando no era diosa sino una anciana, seguía siendo muy convincente y podía
hacer cambiar de opinión a la gente fácilmente.
En
el Olimpo, todos la acogieron con los brazos abiertos, ya que la
diosa de la limpieza, la querida y tierna por todos, había vuelto.
Hasta Zeus había conseguido dejar el orgullo a un lado y admitir
arrepentido que estaba equivocado, y que Torba había sido despojada
de sus ojos divinos y sus poderes por un malentendido. Pero eso es
otra historia que contar más adelante.
Laura Morillo (2º E)
Uhm!, veo que los dioses del Olimpo eran muy humanos para los malentendidos.
ResponderEliminarFelicidades Laura por hacer que pensemos y sobre todo por dejarnos con la miel en la boca, (lo del malentendido y el motivo del castigo),pero eso es otra historia! 11